Pero no es fácil perdonar cuando nos han herido profundamente o cuando alguien ha hecho algo en nuestra contra.

Sin embargo, no nos damos cuenta que cuando no perdonamos muchas veces sufrimos mucho más que quien nos ofendió o dañó en primer lugar porque somos nosotros quienes tenemos que cargar con el resentimiento, el coraje o la tristeza en nuestro corazón mientras que la otra persona quizá anda por ahí como si nada.

Y no se trata tampoco de que queramos que a fuerzas le pase algo malo al otro o de vengarnos, porque pues ya la justicia, el karma, la vida se lo cobrará y nos corresponde a nosotros castigar.

Va a sonar algo fumado, pero por ejemplo, cuando yo no perdono a alguien siento como que traigo algo feo dentro de mí, como una carga, ¿no te ha pasado? Como que quisiera sacarlo cuanto antes porque como que no me deja disfrutar o vivir la vida al 100%, ¿me explico?

Me lo imagino y siento como si fuera una bolita de puas molesta que está ahí, todo el tiempo.

Y es peor aún en los casos donde la otra persona ni si quiera se arrepiente o ni te pide una disculpa, ¿no? Y te dices a ti mismo como… “bueno, ¿cómo es que puedo perdonarlo si ni siquiera me pidió perdón? ¿Se puede eso?”

Pero sí, si se puede, mientras tú ya no guardes ese sentimiento de odio o desprecio que sientes hacia el otro y te liberes de él para poder seguir viendo la vida a todo color.

Hay una frase que dice:

Perdonar no es olvidar, sino recordar sin que nos duela.

Me encanta esta analogía que hace el autor y psicólogo, Robert Enright, cuando explica que el perdón es como ese regalo silencioso que dejas sigiloso en el umbral de la puerta de aquellos que te han hecho daño –aunque como dijimos no te hayan ofrecido una disculpa.

Y esto se dice fácil, pero en la práctica es difícil… ¿Pero sabes algo? Es todavía más difícil ir por la vida con heridas abiertas que no sanan ni te dejan ser feliz. Creyendo que la gente en su mayoría es mala, que te van a volver a lastimar, y demás.

Esta es la importancia que yo en lo personal veo en perdonar a la gente que nos lastima, no siempre quizá porque se lo merezcan, sino más bien porque NOSOTROS merecemos liberarnos de todo aquello que nos pesa y nos hace daño.

Y a veces lo más irónico es que cuando nosotros nos equivocamos o lastimamos a alguien –que todos lo hacemos porque somos humanos, cometemos errores y hacemos una que otra tontería de vez en cuando– y nos arrepentimos, lo que más queremos es el perdón de la otra persona sin ponernos a pensar que muchas veces no damos justo eso que nos gustaría recibir.

O sea, cuando la regamos queremos que el otro sí nos perdone, pero nosotros seguimos sin perdonar ciertas cosas, ¿me explico?

Es tan simple como que: hay que perdonar, si queremos que nos perdonen. No sé como funciona esto, pero tarde o temprano, recibimos lo que damos.

El rencor construye barreras que separan AHÍ donde el perdón construye puentes de amor que unen.

Perdonar es de gigantes, de gigantes que saben ver el valor de una vida sin resentimiento y que aprecian los frutos de actuar DESDE EL AMOR, porque en la vida se perdona en la medida que se ama.

 

1 comentario

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *